La ceremonia de Vistas, conocida también como Donas o Dádivas (Davias en Mogarraz), solía celebrarse en casa de la novia, en presencia del escribano, la noche o noches anteriores a los esponsales, cuando las familias de los contrayentes se cruzaban los regalos y alhajas que, custodiadas en el arca nupcial que el novio ofrecía a la novia, pasaban a formar parte de los bienes aportados al matrimonio. En el inventario de bienes dotales, «formal, jurídico y verdadero», del albercano Pedro Pascual a su mujer, Francisca González, en 15 de enero de 1586, consta «un arca buena y un escaño, yten un arca de vistas». En el primer ejemplo, documentado en Sotoserrano, año 1599, figura, entre los bienes de Martín Blanco a sus hijos y yerno, «un arca que el dicho Martín Blanco llevó y dio con las dichas vistas a la dicha su mujer» 2.
Ya el Arcipreste de Hita, en una de las serranillas de su Libro de Buen Amor (1967: 375- 409), comenta:
Déxam passar, amiga, darte he joyas de sierra;
[si] quieres, dime quáles usan en esta tierra;
(Serranillas, verso 955).
Libro del Buen Amor (1967: 375-409)
En la misma obra (verso 1038) añade:
Con aquestas joyas,
quiero que lo oyas,
serás bien venido,
serás mi marido
e yo tu velada.
Libro de Buen Amor (1967: 1038 y ss.)
Como bien observaba en 1389 Juan Ruiz, existen unas características comunes, duraderas y propias en las joyas de Sierra que se estilaba gastar en las montañas salmantinas, extremeñas, madrileñas y segovianas, duraderas hasta quedar fosilizadas en geografías de altura; culturas secularmente consideradas arcaicas y pertenecientes a edades antiguas doradas. Estas culturas serranas, y por ende sus joyas, se han tenido como singulares y abiertamente diferentes a las del llano y a las de la marina; sociedades de tiempos supuestamente más evolucionados (tema tan del interés de mi admirado maestro don Julio Caro Baroja).
Las diversas tendencias en el estilo y evolución de la indumentaria (ropas y joyas) se manifiestan en los documentos: el llamado uso antiguo, fosilizado, arcaizante, alejado de toda novedad: como se usa en este lugar, al estilo del lugar, del país o según costumbre, en sentido de fijación (no definitiva) de lo autóctono, en abierta oposición diferenciadora al uso forastero o que no se estila por acá. Están, además, las ropas y joyas a uso de ciudadanos, sometidas al constante vaivén de las modas. El gusto personal se expresa bajo las siguientes fórmulas: según fulano las gasta o como yo me ando. También, las prendas del uso diario, el hato que traigo a cada día o mi vestido cotidiano. Además, la ropa de los domingos o vestido dominguero y la ropa de media fiesta, llamada también de los cuarenta días; celebraciones que, sin ser principales, tenían mayor rango que las de los domingos. Por último, las joyas y prendas reservadas para las fechas más señaladas o, a decir de la Sierra de Francia, de los días de comer fideos, los majos, la ropa de gala, galas o, sencillamente, el vestido de fiestas. Hay que tener en cuenta que las prendas ricas del uso festivo no pertenecían sólo a la persona que las vestía en sus días, eran también prendas que se transmitían durante generaciones como timbre y gloria familiar3.
En el año 19854 llevamos a cabo un análisis sistemático del traje de Vistas, identificando todas y cada una de las prendas y joyas que lo componen, sus formas y significado, tras diez años de estudio documental y de trabajo de campo (Cea 1985:68-70).
Presentamos aquí las imágenes sagradas en el espacio corporal de la mujer y su organizada distribución como panteón hagiográfico familiar y patrimonial, en parte heredado, al que se fueron incorporando nuevas devociones personales y otras piezas protectoras o amuletos, joyas-utensilio y joyas de simple ostentación. Este traje propaga la trayectoria devocional y el prestigio de la casa, también define y expresa su pulso económico y social, pero sobre todo plantea el cuerpo de la mujer que lo viste como templo, altar, armadura y escaparate en movimiento, donde conviven en armonía dijes, devociones, utensilios y joyeles compartiendo un mismo espacio, uso y función, repartidos entre los cinco sentidos.
Para lograr unos resultados fiables y fructíferos en el área de la indumentaria y de la joyería tradicional es imprescindible el análisis contrastado de la documentación de archivo y del trabajo de campo, cuya unión produce los buenos frutos de la transversalidad (diacronía y sincronía) entre el texto, legado fidedigno de lo que sucedió, y la herencia generacional, secularmente entregada y transmitida (traditio), boca a boca, a través de los informantes, a los que tanto reconocimiento debemos.
Hay una tercera y muy rica vía, la del aprovechamiento antropológico, para nuestro uso local, de los textos literarios (especialmente de los clásicos de los Siglos de Oro), que representan, además del pensamiento propio, el pensamiento universal, las creencias, los usos, las tendencias y los gustos de cada época, a veces bajo fórmula de refrán.
Para mostrar la utilidad de esta tercera vía, nos parece de especial interés etnográfico y literario el texto que ofrece Teresa de Jesús en las Moradas Quintas [4, 4-5] y Sextas [1,1; 6, 11] (1974, 401-402, 419), comparando el grado de unión entre el alma y el Esposo con el de los prometidos cuando van a vistas; costumbre para ella cercana que, probablemente, tuvo ocasión de presenciar en su Ávila natal o en tierras de Salamanca:
Paréceme a mí que la unión [del alma con Dios] aún no llega a desposorio espiritual, sino como por acá cuando se han de desposar dos, se trata si son conformes y que el uno y el otro se quieran y aun que se vean, para que más se satisfaga el uno del otro ansí acá; prosupuesto [sic] que el concierto está ya hecho […] y que –como dicen– vengan a vistas y juntarla [el alma] consigo […]. Mas como es tal el Esposo, de sola aquella vista la deja más digna de que se vengan a dar las manos [ritual que da valor a los esponsales], como dicen […]; que aún en este estado no está el alma tan fuerte que se pueda meter en ellas [en las Moradas Sextas], como no lo está después de hecho el desposorio, que es en la morada que diremos tras esta; porque la comunicación no fue más de una vista, como dicen […]. Está tan esculpida en el alma aquella vista, que todo su deseo es tornarla a gozar […]; digo vista por la comparación que puse […]; mas el Esposo no mira a los grandes deseos que tiene de que se haga ya el desposorio […]. Estas son las joyas que comienza el Esposo a dar a su esposa, y son de tanto valor que no las porná a mal recaudo, que ansí quedan esculpidas en la memoria esas vistas, que creo es imposible olvidarlas hasta que las goce para siempre […]; mas el Esposo que se las da, es poderoso para darle gracia que no las pierda.
Teresa de Jesús. Moradas Quintas [4,4-5] y Sextas 6 [1,1; 6, 11] (1974, 401-402, 419)
En este excepcional y tan subido pasaje místico emociona pensar cómo la santa no encontró mejor manera, para texto tan extraordinario, que acogerse al uso y localismo costumbrista de la ceremonia de Vistas y poder así contar y compartir su experiencia personal de desposorios. No le incomodó la reiterada utilización –cuatro veces– de expresiones coloquiales (como por acá, como dicen), en un texto tan universal (Mancho 2015: 50).
Era tal el abigarramiento de joyas para este ritual de las Vistas (hasta 12 kilos llegaba a pesar este traje con sus joyas) que, para aliviar esa carga delantera5, se le prendía a la novia por detrás una cinta desde el cuello al ceñidor6; agobio que retrata fielmente Lope, en El cuerdo en su casa, (1961: 550) cuando dice:
Esos corales, que apenas
puede sustentar tu cuello.
De nuevo Lope, en Al pasar del arroyo (1961: 259), señala hiperbólicamente, por boca de su personaje Benito, la riqueza de un traje tan costoso y rico, haciendo de la mujer que lo viste arco de triunfo, escaparate de platero y calle empedrada de oro, como para una insuperable entrada real:
Hicieron en ella un arco de seda,
y los insignes plateros,
una calle toda de oro,
ostentación de sus pechos.
También Cervantes en su entremés El Viejo celoso (1967: 725), a través del personaje de Doña Lorenza, comenta la cargazón de joyas que una mujer podía soportar en su vestido cuando dice: «Que Dios le dé salud a Cañizares. Más vestida me tiene que un palmito, y con más joyas que la vidriera [sic por escaparate] de un platero rico». Aún se dice de las mozas de ramo en la Sierra de Francia, alhajadas el día de la fiesta patronal con hilos de oro desde el cuello a la cintura: «Fulana lleva una buena pecherá».
El exponente más fiel de este muestrario femenino de joyas se representa sin duda en el traje de Vistas o Davias, en La Alberca y Mogarraz, y también en los abundantes verdaderos retratos que se han conservado de la valenciana Virgen de los Desamparados, en muchos casos donaciones votivas del año de mayordomía de sus devotos7.
Para el momento cumbre de la Medea de Pasolini, el diseñador Piero Tosi se inspiró en el traje de Vistas albercano (especialmente el bernio y las vueltas de plata y coral), vistiendo con él, como suma sacerdotisa, a María Callas. Se expresaba así el mayor grado posible de esplendor en la mujer y se universalizaba este incomparable tesoro de la Sierra de Francia.
La libertad que expresan los documentos sobre las ropas que era costumbre regalar entre las dos familias en ritual de Vistas y Dádivas no es fácil de imaginar para cuantos estamos familiarizados hoy con este traje, tal y como ha llegado a nosotros. El resultado del estudio de la documentación, desde los primeros ejemplos hasta los últimos, a través de los siglos de evolución, hace posible disfrutar de su nacimiento, esplendor y posterior fosilización como lo conocemos hoy, regulado en la rigidez de lo ya, para nosotros, conjunto inalterable y patrimonio cultural e identitario al más alto nivel.
Presentamos, a continuación, uno de los primeros testimonios documentados sobre las Vistas en la Sierra de Francia que nos ofrece en Sotoserrano la carta de bienes que el licenciado Mateo Hernández dio «en dote y casamiento» a su sobrino, Juan Barrio, cuando se desposó con Margarita Hernández en el año 1675. En este inventario se pormenorizan los siguientes conceptos y su valoración en reales: en Vistas ut sic, 1.082 reales; en concepto de lo que conocemos como remudo, 83 reales; en hechura y jornales de sastres por la ropa de Vistas, 66 reales; lo que costó la dispensa matrimonial de los contrayentes (que eran primos carnales) para librarse de lo que en derecho canónico se denomina incesto in utroque foro, 250 reales con los siguientes deberes de los desposados8; lo que se donó en cántaros de vino y aceite, 36 reales; en gastos de tejas y trastejar la casa de los nuevos contrayentes, 20 reales; no se contabiliza aquí el valor de una viña y un mulo, con lo que este matrimonio podía iniciar lo que se conoce como ganarse la vida, tantas veces en el negocio de la arriería. Todo ello asciende a la cantidad de 1.537 reales.
A continuación, ofrecemos, por su indudable interés etnográfico, la lista pormenorizada de las prendas (vestido, calzixo y joyas) de hombre y de mujer que se entregaron para estrenar en esa ceremonia de Vistas, «conforme la memoria que él [Mateo Hernández] trujo de Salamanca»:
Se añaden a estas Vistas, las siguientes prendas de remudo que debieron de confeccionarse en casa con lienzo casero, y que, por ello, no entran en la memoria oficial de las Vistas: «Un pañuelo con sus puntas, bueno [femenino, seguramente de los denominados de las manos], en 14 reales; quatro pares de calçonçillos de estopa, buenos, 40 reales; siete camisones de lienço, buenos, 24 reales; unas calçetas [h] 5 reales». En ese mismo año 1675, en folios inmediatamente precedentes al documento que acabamos de ofrecer10, se describe el inventario de un Miguel Martín «que llevó al matrimonio cuando casó y veló con Margarita Hernández», padres de la Margarita Hernández que se desposa con Juan Barrio: «de vestidos suyos [anteriores] y de las Vistas de todo y demás alajas como fueron de plata y corales y coleto y arcabuz y espada y ropa de lino, de todo lo que trajo de la villa de Erguijuela, 4.000 reales [cuando se desposó], más un manteo de color de pasa, en 20 reales y un sayuelo verde, en 40 reales, y dos tocados, en 20 reales, y un armador y mangas de raso y adereços, de todo [suman] 335 reales»; vestidos y joyas antiguas de Vistas que vienen a sumarse, ahora por vía materna, a los bienes del nuevo matrimonio de Sotoserrano.
Sobre la ceremonia de Vistas sorprende la riqueza documental de los archivos de Candelario por parte de una clase social, bastante extensa, que en el siglo XVIII y sobre todo en el XIX se muestra floreciente11. Esta pormenorizada relación notarial candelaria desarrolla un exhaustivo planteamiento y una relación de pautas y fases en torno a una complicada panoplia de rituales prematrimoniales relacionados con la ley y las costumbres –familiares y vecinales– entre el cortejo (los días en que, entre los novios, «estaba señalado regalar») y la boda. Regalos y herencia en conceptos de dote, netos familiares, dádivas y ofrecijos en arras, donas, vistas y tálamo: hechura de las ropas por sastres y costureras12, gastos por banquetes de pre-boda, boda y tornaboda, además de todo aquello que los nuevos esposos recibían para poder defenderse en la nueva vida que iniciaban: tierras, colmenas, animales de labor y de acarreo para el buen desempeño del oficio de choricero. Todo ello viene a demostrar que esta antigua ceremonia de Vistas fue, en otro tiempo, una costumbre bastante más extendida, como demuestra santa Teresa en sus Moradas. Si bien es cierto que en el ámbito de la joyería y la indumentaria estas dos comarcas salmantinas –la Sierra de Francia y Candelario– coinciden en lo esencial, difieren en las fórmulas ornamentales y técnicas, como demuestran las piezas-testigo que han llegado a nosotros; por lo general más innovadoras las fórmulas candelarias y, salvo en el peinado, más arcaizantes las serranas. Hemos de señalar que las mujeres candelarias fueron las últimas españolas en apear sus prendas tradicionales.
De entre las múltiples variantes que en cada época y población nos han proporcionado la documentación de archivo y el trabajo de campo sobre los banquetes de bodas (preboda, boda y tornaboda) y otros necesarios dispendios y dispensaciones, en la Sierra de Francia y Candelario, ofrecemos el texto siguiente en la dote de Francisco de Arriba a su hijo Francisco en la villa de Monforte, año 1766:
“Digo yo, Francisco de AR[r]iba, mayor en días, que ago Carta de Dote de mi yxo Francisco de AR[r]iba". Primeramente:
La rica documentación conservada en las poblaciones de Sequeros, San Martín del Castañar y Cepeda, especialmente en el siglo XVII, proporciona luz sobre la evolución de las piezas que estudiamos aquí, ya afianzadas y crecientes en sus formas y fórmulas, que continuaron en su esplendor y difusión a lo largo de todo el siglo XVIII, decayendo y fosilizándose durante el XIX. Perviven como piezas testigo en un nada desdeñable número de ejemplos durante las primeras décadas del siglo XX, años en que han pasado a ser patrimonio común de esta comarca serrana.
El análisis de estas dos extensas familias de joyas, algunas preservadas de su desaparición en los trajes de Vistas que han llegado a nosotros, no sólo es importante por sus elementos formales para el estudio en sí de la joyería tradicional, sino también por el interés que aporta al conocimiento de la sociedad de su tiempo. Las piezas que presentamos en la primera parte de esta obra (la patena, el tablero, la firmeza y el corazón de la novia) fueron, y son, signos y símbolos de valores universales: amor, honor, belleza, fidelidad y compromiso. Figuran ya estas joyas, no sólo entre los estudiosos y especialistas, como sagradas, consagradas, envidiadas, esperables, imprescindibles, presentes en los museos y muy cotizadas en el mercado del arte, y deberían ser tenidas en nuestra Comunidad como emblema y símbolo.
Las joyas-utensilio, que ocupan la segunda parte de este estudio (la poma de perfumes, el escarbador, el bernegal, el chupador, el abanico…), representan, además de la apariencia útil, la defensa y la protección. Algunas entran en lo que hoy, en el mundo del consumo elitista, se conoce como complementos o accesorios. Joyas representativas para beber en ellas, para estimular con el buen olor y apagar el malo, librar del calor, preservar del sol y de la lluvia y medir el tiempo; piezas que son mapa y metáfora de los cinco sentidos.
En este muestrario hay piezas exclusivas de la mujer, otras que comparten la mujer y los niños, joyas únicas de infantes y algunas utilizadas indistintamente por el hombre y la mujer. Ella, mucho más que el hombre, se muestra en sus trajes y en sus alhajas como escaparate del poder familiar.